La taza.
--Sabes que no me gusta que uses mi taza. No sé por qué la
has cogido.
Había lavado su taza la noche anterior pensando en
utilizarla a la mañana siguiente a la hora del desayuno. Se la habían regalado
hacía un par de semanas y desde entonces se tomaba su café con leche en esa
taza cada día.
--Lo siento, no me había dado cuenta.
--No darse cuenta, es eso.
--No empieces, por favor.
--Empezaste tú cuando cogiste mi taza.
Vertió primero el café y luego añadió la leche hasta que al
mezclarse formaron el color exacto que a ella le gustaba. Cada mañana igual.
Desde hacía muchas mañanas.
No entendía en qué momento la rutina se volvió tediosa. No
sabía por qué le costava tanto reconocerse.
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