El tren.



El tren salía a las 9:15 así que tenía el tiempo justo.
Después de dejar a las niñas en el colegio se fue corriendo a la estación. Subió de dos en dos los peldaños de la pasarela que sobrevolaba las vías del tren mientras intentaba recordar qué ropa interior llevaba puesta, si iba más o menos depilada o si se había puesto perfume.
Aún no entendía cómo se estaba atreviendo a hacerlo.
Llevaban hablando desde antes de las vacaciones de verano, hacía ya ocho meses, aunque lo de hablar es un decir porque todavía no sabían qué voz tenían. Se comunicaban por redes sociales infinitos mensajes de texto, muchas fotos, alguna canción…
Cuando ella le dijo que tenía que asistir a una feria en Madrid se le encendió una bombillita que no tuvo manera de apagar durante días hasta que se lo propuso. ¿Cómo no le iba a parecer bien? Encontrarse, por fin, después de tantas charlas, de tantas risas…
Volvió a repasar mentalmente lo que llevaba en la pequeña mochila: una muda, un cepillo de dientes… ¿El pijama? Estuvo dudando unos minutos sobre si debía incluirlo o no, por un lado, no quería parecer una mojigata friolera, sin olvidar el hecho que no tenía ningún pijama decente que fuera digno de ser exhibido, y, por otro lado, si no lo llevaba podría parecer que sabía a lo que iba. ¿Sabía a lo que iba? Por supuesto, a eso iban.
Apareció en el andén cuando se anunciaba la llegada del tren por la vía 2. Miró a derecha e izquierda por encima de las cabezas de los viajeros de manera rápida, casi sin detenerse. Rezó para no encontrarse con nadie conocido. No tenía ganas de hablar, le parecía imposible concentrarse en una conversación cuando tenía la cabeza ocupada en otras conversaciones mucho más sugerentes.
Buscó su asiento y se sentó. Dejó ir un suspiro que nacía de lo más profundo. Ya está, ya está hecho.

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